Llevaba un tiempo preocupado por ellos. Pocas personas en nuestro instituto sabían de su existencia. Yo mismo los descubrí de manera casual aunque estaba cerca de ellos en reiteradas ocasiones. Ocultos entre compañeros indeseables que crecían más y más mientras ellos se veían abocados al ostracismo más cruel. Cientos de personas transitando junto a ellos diariamente para no ser blanco ni siquiera de la más misericorde de las miradas. Dando frutos que nadie se dignaba en reconocer ni recoger de manera agradecida.
Cuando nuestro secretario Fernando Galisteo me anunció en Septiembre a la vuelta de vacaciones que se iba a realizar una limpieza de los solares del instituto sentí una gran satisfacción, pero sobre todo, mi primer pensamiento fue para ellos. Por fin se zafarían de esa maleza que les ocultaba de la vista de todos y les oprimía cada vez más, robándoles hasta el alimento y la luz.
Fue entonces cuando un señor apareció de manera providencial y con el buen hacer de sus manos nos los dejó a la vista un buen día. Los profesores que aparcamos a diario en el instituto pudimos contemplar con sorpresa la presencia de dos olivos en el solar contiguo al aparcamiento. La desaparición de la maleza y la poda de las tuyas nos hizo evidente su presencia y yo mismo, en un guiño hacia ellos, invitaba a mis compañeros a su contemplación en un acto de presentación social que les resarciera de tanto injusto olvido. Además, la poda realizada por el jardinero los dejaba más hermosos y preparados para el futuro mejor que ha de venir.
No dejo de pensar que en todo este tiempo el único consuelo que les habría quedado sería su propia compañía, intuida por la cercanía de sus troncos. Pero hay un tercer olivo en el solar contiguo al campo de deportes donde hacen el recreo los alumnos de 1º de E.S.O. Él sí que ha debido sentirse solo entre una maleza aún más lesiva y residuos de tetrabriks acumulados durante meses. Me gusta imaginar que el hecho de estar junto a la savia nueva del instituto le habrá infundido energía para producir su propia savia y sobrevivir en ese ambiente hostil, pero ahora que ya lo tenemos presente no podemos darle la espalda y debemos cuidar más de él.
Somos una ecoescuela y tenemos el deber de cuidar el patrimonio natural que nos ha sido legado, aunque nos parezca insignificante y nos pase desapercibido. Sólo por contemplar la belleza de vuestros tres pequeños olivos y sentir la satisfacción de que cuidamos de ellos ya merece la pena.
¡Va por ellos!.